Finalmente, el 28 de noviembre nos encontramos. Ese día fue extraño, recuerdo que bailamos toda la noche, desafiándonos a ver quién resistía más. Los días siguientes, estuvimos conversando por mensajes de texto durante un buen tiempo hasta que él empezó con sus indirectas:
- "Eres muy linda, me encanta tu sonrisa".
- "Eres la morenita más linda que he conocido".
Estaba eufórica, pero también confundida. ¿Le gustaré realmente o no?
Sin embargo, aunque me gustaba, moría lentamente por dentro, ya que a pesar de sus palabras bonitas, no dejaba de mencionar a su novia (una novia que nunca conocí, una especie de "novia fantasma"). Aparentemente, era un secreto que guardaba celosamente. Pero yo me mantenía en esa montaña rusa emocional, subiendo y bajando, sin saber en qué estado me encontraba.
Mis pensamientos eran un caos. No negaré que me tenía encantada, fascinada incluso. Solo pensar en cómo serían sus besos me erizaba la piel. Realmente me gustaba ese chico.
Los días pasaron y nuestras conversaciones se volvieron más intensas. Hasta que llegó el momento en que ambos lo dijimos: decidimos salir juntos un día, solo él y yo. Fuimos por esos hot dogs que tanto me gustaban y luego pasamos largas horas hablando y riendo. Decidimos dar un paseo y dejarnos llevar por el destino.
Nos detuvimos en un banco del parque, y entonces sucedió todo. Lo miré con una mezcla de vergüenza y emoción, y lentamente se acercó a mí. Sus labios tocaron los míos y sus besos fueron tal como los imaginé: dulces, suaves y apasionados. Fueron simplemente perfectos.
A partir de ese momento, las cosas cambiaron de alguna manera. Pero estaba consciente de que él no dejaría a su novia por mí. Me sentía mal porque me había jurado a mí misma que no sería una de esas mujeres, pero ya había sucedido y no había vuelta atrás. En ese momento, intenté recordar en qué instante exacto había comenzado todo, pero ya era demasiado tarde.
Lo admito, detestaba el hecho de haber llegado tan tarde a su vida...
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